Viaje

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Desde la Mistela en Betania, queremos viajar con el sol que nos abandona.

martes, 30 de agosto de 2011

FALLO DEL CONCURSO DE CUENTO "DEPARTAMENTALISTA" DE NEIVA.



El pasado 24 de Agosto el jurado conformado por MISAEL GARCIA poeta, LIBARDO MEDINA, poeta y cuentista y MARCO POLO produjo el fallo del concurso de cuento "Departamentalista 2.011" de Neiva, siendo ganadores los cuentos: DETRAS DE LA SONRISA de Hyde y MARCO Y PLINIO de Namón.

En algunos apartes el acta del jurado por unanimidad manifestó:

"Algún relato pudo llegar a ser el cuento ganador, si no fuera porque erróneamente proscribió los libros.  Eso de que "los libros matan la fantasía" resulta sino abominable, contradictorio. Está bien que el niño luche por su fantasía, que no "religión", precisamente ubicada en los libros. Nos parece importante que un niño enfrente la ciencia y sus teorías con su derecho a fantasear. Lo otro es el fundamentalismo por el que seguramente en clase, optó el maestro o el cura en una u otra dirección. Se puede vivir con la ciencia y creer  en "algo superior": Así es el hombre. La vida es dualidad".

"En general es notoria la influencia ideológica de los maestros en la elaboración del imaginario infantil. Por ello parece oportuno y justo que el ganador infantil sea un cuento con piel de la tierra, con sensibilidad humanista, con su fantasía de realidades cotidianas resaltadas."

"Se nota cierta urgencia por escribir. A lo mejor el tener que escribir para el consurso inhibió ciertas condiciones de creatividad. De ahí la incoherencia de muchos textos. Fallas en la verosimilitud, desconocimiento de procesos judiciales, hechos imposibles, carencia del sentido de dirección etc. Pero encontramos temas osados como la tolerancia o la admisión de la homosexualidad y textos en que sobran muchos elementos y falta concretar otros o reelaborar lo mágico".

"Intentar y lograr un cuento a partir del diálogo, es meritorio. Por lo demás si el mismo autor crea el personaje cáustico de ese payaso nacional y se acerca profundamente a la personalidad coulrofóbica que despierta".



jueves, 25 de agosto de 2011

EL LIBRO QUE ERA DOS





"Hace exactamente veinte años odiaba sin razón al personaje siniestro que escribió ese primer tomo y al que estaba vedado leer por orden de una religión con nombre de militancia. Nos contentábamos como argumento con la figura encorvada sobre el bastón, con su ojo derecho semicerrado y sus arrugas que encuadraban su cara despojándola de cualquier posible dulzura. Ello bastaba. Lo demás, lo de su lejano y utópico canto, o su Himno Rojo a la fraternidad de todos los hombres era un hecho tan improbable como la segura oscuridad que también lo azotaría en el futuro. Por lo demás, jamás sabré si conociéndolo en esa época,  hubiera podido encontrarle algún símil con el que fui. En esa epoca era el otro. Ahora le encuentro tanto parecido, tanta ternura fresca con el que soy que me avergüenza la pequeñez del compromiso historico que ejercí con la estultez y el dolor del hijo de no haber disfrutado su apacible y profunda compañía. Pero ya es tarde, murió dos meses después, el 14 de Junio, luego de haber recibido como regalo su obra completa."

Tomado del Libro de Cuentos, CUARTO DE AMOR DISCRETO, del cuento final "EL LIBRO QUE ERA DOS"

Marco Polo


sábado, 6 de agosto de 2011

MARCO POLO: "Charro amor"






Nació en Gigante, Huila, Colombia el 28 de Noviembre de 1.952, pero vivió su segunda infancia en el Seminario de sus cuentos. Los años sesenta lo sorprendieron en el pueblo que lo adoptara con su necesidad de escribir las primeras historias como una razón vital que de ida y vuelta fue concretando su espíritu de narrador que vive para escribir y escribe para vivir. Activo  participante de la lucha popular que logro que ITUSCO fuera UNIVERSIDAD SURCOLOMBIANA.
Miembro fundador de la revista Teorema Arte y literatura. Participante de Vorágine.
Abogado de la U. libre. Treinta años de experiencia en la judicatura y el ejercicio. 
Publicaciones: 
“Cartas de Goma y otras ficciones”. 1988 U. Surcolombiana.
“Cuarto de amor discreto” Fondo de Autores Huilenses. 1991, Finalista como libro de cuento del premio Ciudad de Bogotá.
El cuento “Sin rostro” fue elegido entre 427 escritores y se publicó en el Libro de la Onu, Dos mundos y  Unain, “ Para no olvidar el rastro” en Marzo de 2.009.

En preparación su novela, ARMAS DE JUEGO.

Su última producción inédita, es de unos cien cuentos.
Incursiona en las audiovisuales y la multimedia, para elaborar una página con los escritores
de viva voz.


jueves, 4 de agosto de 2011

Cuento Ilustrado.



La voz de los muertos

El hombre intuye los finales.
En los primeros días de Abril de 2.010, cuando preparaba un viaje, lo acordamos con Mono, uno de los otrora miembros del grupo literario clandestino, Escatológico Goma en los años finales de colegio, quien ya se encontraba en Seminario disfrutando de la Semana Santa y con quien nos habíamos encontrado días antes en Neiva para almorzar y sospechar algo de la vida después de la muerte como consuelo, igual que con esos mundos paralelos pretendemos explicarnos el origen del tiempo.
Allí en medio de la tristeza que aún me embarga por la prematura muerte de mi hermano, hicimos el inventario que hacen todos los ausentes de ese pueblo: Contar los muertos y resumir los sucesos de cierta importancia que han llegado filtrados por esa cálida nostalgia del provinciano.
El tema central del almuerzo, fue planificar el reencuentro con uno de los personajes de Seminario el pueblo ficticio de mis escritos, avivado por el actual presentimiento.

Admito, que tal premura surgió por la visita que hiciera a mi apartamento de Bogotá, César, hermano del cuarto miembro de aquel grupo de adolescencia, el 24 de Agosto del pasado año, desde su Roma conquistada y con él su sobrino Willie, su guía en la ciudad. Y mientras departíamos un tequila añejo regresamos al colegio Simón Bolívar que aún no se desdibuja de la memoria, de  cuyas aulas me trajo el último elemento metódico, para que la certeza intentara materializarse.
                                                         

Si los recuerdos de éste día fueron desprovistos ya de rencor, fue porque debí regresar al año 88, en que se limaron ciertas asperezas de forma abrupta, cuando el personaje saltó de manera literal de uno de mis libros de escritor casi desconocido, a mi despacho de juez, un día cualquiera por la mañana con el extraño propósito de hablar conmigo de otros aspectos diversos del derecho. Lo que de todas maneras, aún frente al cargo que fungía, fue imposible sustraerme a la sorpresa.




                                          
El personaje de un libro, frente al escritor en una situación diferente de poder, no es un suceso cotidiano y si casi teológico.
Al otro lado de la baranda,  ese personaje va atomizando su cobertura de tiempo con los segundos.
Se despoja de su calidad de ente formado por palabras y mas palabras en el recuerdo de las páginas de libro, y se materializa con los minutos otra vez, en un hombre de carne y hueso que ocupa un escritorio magistral de profesor,  allá en los finales de los años sesenta.
Lo que siguió del diálogo fue aún mas extraordinario.
Su voz idéntica, renovada a la vez por el cambio de rol. Va expresando el motivo de la visita de profesor de pueblo que ha formado muchísimos e ilustres parroquianos.
Agradecer…
Claro, de inmediato yo no podía creerle, porque la recia personalidad del personaje descrito en letras de molde como hombre académico en las aulas, distaba mucho del materializado.
Aquel fue pintado  casi como un hombre obtuso, frío, carente de humildad alguna y hasta, salido de unas Cartas de Goma o cualquier ficción.
“Sentado con las inmensas piernas abiertas, que abarcaba sobrando el minúsculo pupitre,  era la materialización de la “mama grande”. Miraba al alumno inclinando la cabeza, brotando un tantos los ojos en actitud posesiva. No usaba gafas, pero lo miraba a uno por encima de una imaginaria montura”.
…otras veces, desviaba nuestra atención al cigarrillo. Era un pielroja bien fumado.
Más seguiría en la controversia racial, ahora por lo de nuestra comida… nunca entenderé como pueden comer insulsos.
…y había realizado el cálculo sobre la alimentación, a la  cual nuestros hipotéticos hijos no tenían derecho”
El hombre que había ingresado a mi despacho en la segunda época, y declaraba desde la silla de indagados, frente a mi escritorio. Era un hombre de apariencia humana, natural. Alto aún. Con el cabello casi blanco.
                                  
__Agradezco el haberme descrito en su libro. Haberme trascendido allí, volver a ser el juez del pueblo.
Incrédulo, le dije que no podía entender su actitud, ni el objeto de su visita.
__Es la verdad. Recalcó.
__Estoy orgulloso de usted. Su origen humilde lo superó todo.
Por segundos pude visualizar que unido al halago, se referiría al proceso de un familiar, de un amigo.
Desarmado así, pude reiterarle una vez mas, mi incredulidad. Sobre todo cuando las ideologías contrarias nos habían separado desde las aulas.
Insistió en decir que el cuento era un perfecto retrato de su persona.
Me pregunté si a la de ahora, o a su personalidad del 70 cuando fui su alumno.
La duda siguió intacta.
Por condescender con la escena, le aseguré que el cuento me parecía en cierta forma difamatorio.
__No. No todo profesor puede ser un personaje literario.
Tomé el ejemplar  que portaba conmigo, y subrayé  lo que de él había ironizado en su momento. El escritor comprometido que fui. Renegado de la ficción.
                                                   
“Calderón quiere decir en su obra, que no se le puede quitar el poder a su legítimo rey”.
Le recordé que él había pretendido cortar mi ejercicio literario.
No votó mi discurso de grado, a la postre ganador frente al de Peña, aunque fuera un desvarío en torno a la nada que era mi vida. “No se las dé de berraco, ni de poeta” Anotó en mi previa.
__ De ninguna manera. Dijo.
__Con Yesid el poeta y Mercado el cuentista, votamos su primer lugar en el pueblo…
Era el comienzo de mi cambio de estilo.
En el fondo, ese día no me convenció. Aunque era la escena perfecta para ser contada hoy, porque narraba lo inenarrable y hacía de la vida un fluído incoherente.
Su extraña actitud obró en algo, como paliativo de disculpa, que permite aligerar el rencor profundo.
Aún, pese a mi cargo, defendía ese compromiso irrisorio a favor del pueblo y atacaba la ficción no proletaria de Borges en literatura. Una versión contrario sensu a la del profesor del libro. Yo era otro personaje obcecado por una lucha de clases de papel, que me seguía como espectro.
Para la conmemoración de los 50 años del colegio, quise tornar al pueblo. Participar de la efemérides. Nos reunimos con él y los paisanos en la Casa departamental de Bogotá. Su actitud fue displicente y resolví renunciar al regreso. Reafirmé la duda.
Con la visita de Willie su exalumno, al retomar el tema de Seminario, surgió el nombre del profesor y reviví lo que he relatado. El me corrigió.
__Hablaba  bien de usted. Nos leyó el cuento…
Resolví  admitir que creía. Como una obligación. Como cuando respondemos al funcionario con el número de la cédula. No sabia si me arrepentía de mi arrepentimiento, o de intentar arrepentirme.
Fue cuando plantee a Mono, el ejercicio previo al reencuentro con el profesor.
Someterme a su consejo como hace cualquier alumno.
Le envié uno de mis últimos textos con el fin dual de disculparme y de tentar su opinión frente al abandono de lo real maravilloso. De mi incursión en el ejercicio de la imaginación. Borges vindicado en mí, Simenón o Joyce balbuceados en ese Cuarto de amor discreto, donde salgo bien librado de la ceguera, unido al ejercicio de la judicatura. EL LIBRO QUE MATA veinte  cuartillas  que remití por correo, directo a  la misma residencia de hace 42 años. La calle 6, número 12-37 del barrio progresista.
Solicitar su concepto, era el mejor ardid para entablar el diálogo definitivo. De autor a personaje.
El texto trata de un personaje que es muchos libros a la vez y todos al final son el mismo libro.
Uno, que al leerse incita y produce el suicidio por amor, otro, que al pasar sus hojas envenena y finalmente uno muy enrevesado que desde la palabra mata. Todos resumidos en el hombre que siendo un académico, está formado solamente por palabras, y como quiera que lo es únicamente para el texto, o libro, cuando aquel desafía al autor de la ruta que lo llevaría a otro final, éste, va borrando en parrafadas parte de su ilustración y lo deja sin ciertos atributos, como por ejemplo dejar de entender los clásicos, para evitar que pontifique discursos de sabihonda certeza, desviando con el aburrimiento, el verdadero placer de leer.
El personaje entonces, tira sus discursos en clase, de la misma manera, pero sin tener como base las citas en sus fichas mnemotécnicas, con las cuales las preparaba. Es un gigante con un solo ojo, del cual no recuerda el nombre ni el libro. Una mujer que cuenta historias eternas siendo un hombre. Un caballero renegado por obligación de su labor, convertido en palimpsesto de los plagiarios. Un caminante del infierno que se desquita de sus enemigos sin recordar quienes son. Y finalmente un hombre que cuenta la vida caótica, como si fuera la vida insignificante de otro. Esas fichas sacadas antaño para la clase magistral, sin citas ahora, lo hacen rebuscar en su propia vida para hallar el origen de lo propuesto a probar. Una pobre biografía de colombiano que no ejerce profesión alguna y que aprendió  con sus propios alumnos. Narra sus falencias, sus aberraciones y tristezas y termina no como el prepotente que era, sino como un simple mortal que no puede recordar  siquiera el nombre de un personaje. Necesita el favor del consueta, la madre lectora que lo lleve por  las líneas perdidas, el editor pérfido que solo lee resúmenes.
Su pupilos se hacen monitores para fusilar con antelación de su biblioteca.  Vienen las interpretaciones trucadas, o la creación de textos lúbricos o prosaicos que en algo recuperan la memoria. La memoria del otro.
La compasión no existe en el ánimo del narrador y éste sigue borrando parrafadas de la memoria de su personaje. Aún las propias de su personalidad. Y olvidando quien es, fenece el discurso. Ni origen humilde, ni profesor.
De ésta forma cruel, borrada hasta la última de las palabras al final del texto, aunque no desaparece como personaje es un hombre muerto.
Al desaparecer la última sílaba que le daba esencia, desaparece como un pinyin de terracota en medio del vórtice:  El libro que mata.


2
Meses antes de mi viaje a Europa, pude remitir mi texto y esperé con paciencia la respuesta del profesor, su real cambio.
Mono, cual si tuviera aún la varilla de platino en el fémur, caminó muy lento en busca, primero, de la respuesta al texto, del hombre sin palabras. Luego, de la puerta abierta del maestro. Parecía que el terremoto no hubiera acaecido hace cuarenta y dos años.
Antes de establecer el contacto afortunado y concertar la cita, el profesor murió.
El preciso día en que yo volaba a Paris, a Combray, a la busca de otros tiempos perdidos, a corroborar verdades in situ, el volaba al olvido. Sin mi respuesta.
Mono no quiso advertir la noticia para no alterar el disfrute del periplo que me haría mitigar el dolor de otra muerte.
La de mi hermano. Que no murió el 6 de Octubre del pasado año, sino un mes antes. El preciso día en que fue recluido en la UCI. De donde no regresaría. Porque él sabía que iba a morir. En lugar de ser la esposa quien lo despidiera , fue él, quien le pidió seguir en el negocio de la granja, y como especie de sacro varón le hizo la señal de la cruz  y le musitó: Que Dios la bendiga.
La nuestra  era una relación extraña de padre a hijo o de hermanos gemelos, sin serlo. Las duras pruebas que nos puso la vida desde la infancia nos hizo fuertes.
Entonces, yo sabía que él era parte de mi alegría.


                                   

Esa pequeña sensación que volvía los viernes de cada semana con su llamada, para preguntar como estaba, para opinar algo sobre el próximo partido de nuestro equipo o para anunciarme que se tomaría una copa. Alguna vez desde nuestro laptops  pudimos brindar cada uno en su ciudad, observando el rostro del otro mediante el sky virtual.
¿Adiviné o presentí su muerte?
El año anterior por junio, al recibir mi primera mesada. Reuní a todos los hermanos y organicé una tertulia a partir de uno de tantos borradores de “Armas de juego”. Tenía la certeza de que yo moriría. Era mi despedida. Aunque el presentimiento se hacía confuso a partir de aquella frase del comienzo del libro: “Los olvidados rasgos fueron surgiendo del rostro familiar del guerrillero. Como si el cadáver se estuviera reflejando en su espejo. Que era yo”
Como el lo había hecho. Comunicación de gemelidad.
Dolido ya, busqué Otro poema de los dones, como si alistara una maleta de viaje, pensando en los versos exactos: “ …por Francés Haslam que pidió perdón a sus hijos, por morir tan despacio” .
Escribí un poema-relato  el día de su muerte. Y lo leí en el funeral con el de los dones, con esa rabia inocua que es el dolor, frente a su figura impotente, detenida en un tiempo no compartido, abotagada de desesperación.
Y desde ese día hice esfuerzos por lograr de nuevo la comunicación de los viernes.
Invoqué la pesadilla de Borges. Busqué esa modesta eternidad personal que son los sueños. La puerta al mas allá.
Con esfuerzos y vigilias perdidas, nunca lo pude insinuar en un sueño.
En el avión, en las sillas contiguas del tren a través del colsa, en esas grandes praderas de genista francesa que íbamos recorriendo, pude presentirlo a mi lado.
Hacía el viaje conmigo.
Entendí que sólo era la nostalgia ácida que constituye el duelo.
El día que llegamos a Praga la temperatura había descendido demasiado.
El atasco nos trajo la sensación de estar entrando por el sur a Bogotá.

                          
Luego, hicimos el recorrido por el centro de la Torre oscura de la pólvora, por el reloj astronómico y los apóstoles dando cada hora con la trompeta del bufón
 desde el último piso. 
Una pequeña plaza enmarca la casa de Kafka y frente a su pequeño busto me fotografié con él.


A lo lejos desde el puente de Carlo presentimos la borrosa sensación de El Castillo, a donde iríamos al día siguiente. Finalmente el cementerio judío donde se encuentra enterrado, precedido en alguna de esas calles por la escultura monstruosa  del hombre dual.
                    
Arreciaba mas el frío y nos refugiamos en el Hotel Barceló Praha  donde uno de los empleados resultó ser colombiano.
En la habitación no conciliamos el sueño de inmediato pese al cansancio.
Por extraño que parezca, hacía mucho calor, aún con el supuesto aire acondicionado de una habitación inteligente, que se activaba depositando la tarjeta en la ranura  contigua a la puerta de entrada.
En la vigilia que antecede al sueño pude presentir que la voz de mi hermano me pedía abrir la ventana para entrar.
De forma maquinal me levanté sudando y abrí la ventana además, con la ilusión de poder compensar la densa temperatura. Me quedé dormido.
Entonces lo vi.
Desdibujado por la niebla de la ciudad, escuché su perfecta voz pronunciando la frase: “Aquí no se está tan mal como tú probablemente crees. Y qué nos importa a los dos cómo nos va”.
Volví a sentir la alegría de los viernes en la comunicación telefónica.
Ví su figura a color a través de un sky no virtual y una sensación de serenidad me acogió, pese a seguir observando las losas del cementerio de Praga que pasaban como las páginas de un libro lejano, de tapa dura, cuyo color verdoso hacía resaltar la ilustración amarilla de una especie de Saturno devorando a sus hijos, y el nombre del escritor.
                                                    
Al dia siguiente el conserje colombiano nos aclaró que el dueño del hotel, por economía, había ordenado desconectar el aire acondicionado.
No volví a soñar en todo el viaje.

3
Mono, no llegó a relacionar , El libro que mata, con la muerte del profesor.
Eso solo me ocurrió en el instante en que sentí el pinchazo, esa chispa que antecede al segundo en que nos acercamos a teclear, unido al primer hecho extraordinario.
Luego del regreso, busqué urgido en la biblioteca el libro soñado.
Pude ubicarlo en el segundo estante, junto a los de Proust, en edición similar, con tapa dura de lujo, los Cuentos Completos de Franz Kafka, en textos originales editado por Valdemar, Clásicos No. 4.
En la página 301 se encuentra el cuento 56 “Huesped en la casa de los muertos”.
No lo conocía. No lo había leído.
Entonces antes de sentarme a escribir. Leo el texto en voz alta a Lis. Para corroborar mi sueño de Praga.
                                                    
Efectivamente es el mismo libro visto y leído en el sueño.
La misma ilustración de Alfred Kubin: Saturno (1935-36) y en la pagina siguiente, la misma frase escuchada de los labios del hermano muerto, en Praga.
“Aquí no se está tan mal como tú probablemente crees. Y qué nos importa a los dos como nos va”.

4
Al día siguiente del regreso me enteré de la muerte del profesor.
Reclamé a Mono por no asistir al funeral.
__Era imposible. Justificó.
__Murió el día que tomaste el avión.
__...para escribir una nota.
__Aún la puedes escribir, me dijo.
Entonces, mitigado en parte el dolor por mi hermano, me he puesto a reconstruir hoy, esos años o meses en que preparé el reencuentro, queriendo recuperar alguna de sus palabras. Como si en verdad mi texto fuera causa de su muerte.
Lo imaginé leyendo el Libro que mata, frente al cráneo de Yorick.
Caballo grande su hipocorístico, hizo parte de mi pequeña historia literaria y volvió a mí en el verso del vate ciego:  No le dejamos ni el color, ni la sílaba.
Entendí, que lo justo era volver a poner en sus labios las palabras mas recordadas de su clase para juntar los pedazos de olvido.
Las que hube borrado del texto de su vida.
Y ocurrió el segundo suceso extraordinario.
El estímulo para contarlo todo.
Cuatro meses luego de su muerte. Recibí en la buhardilla donde escribo, el mismo texto enviado. Como si no lo hubiera leído. Eso se deduce del sobre.
El texto es el mismo. El libro que mata. Al final reconozco su letra cuadrada con marcador rojo. Aparecen los entrecomillados versos. Como una respuesta. Los de Bartolomé de Argensola del siglo de oro. Con ellos, esa rara figura manierista suya, dibujada por el Greco y mi recuerdo.
Epitafio perfecto para la tumba de los dos muertos lamentados.








“Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul,
lástima grande que no sea verdad tanta belleza”.

 Marco Polo.

Bogotá, 14 de Agosto de 2.010.