Yo que escuchaba sólo,
la dureza de mi corazón.
De un momento a otro,
pude ir reconociendo
el tono de otros colores.
Yo que me precié
de estar solo,
me detuve un momento
en la esquina de los cuarenta,
y busqué la dirección de la felicidad.
La idea estaba encallada
en los bosques del rencor
que me habían explicado el mundo.
Pero el mundo me habitaba,
y caí en su agujero negro
para encontrarme.